En términos simples el ruido es un sonido no deseado. Tanto las plagas (roedores o aves) como nosotros podemos cerrar los ojos para evitar la luz. Pero para evitar el ruido, si no queremos tapar nuestros oídos con las manos, debemos recurrir a métodos artificiales. Lo que nos molesta (y a las plagas también...) es la intensidad y no la frecuencia o el tono del sonido (equivalentes al color de la luz). La frecuencia depende del número de ondas por segundo, medido en Hz, que el oído registra como tono. Cuanto mayor es la frecuencia, más sube el tono del sonido, hasta hacerse inaudible.
Para indicar la fuerza o intensidad del ruido utilizamos una medida llamada decibel, que se abrevia dB. La escala que usamos se gradúa de 0 a 140 dB. Esto representa aproximadamente el rango de sonido que puede escuchar el oído humano. Un sonido de 0 dB resulta inaudible, mientras que un sonido de aproximadamente 120 dB es tan alto que causa dolor y si perdura resultará dañino. La escala dB es logarítmica por lo que no suma ni resta en la forma normal. Sumando un ruido de 60 dB a otro de 60 dB se obtiene un ruido de 63 dB. Un crecimiento de 10 dB significa que la intensidad del sonido ha sido aumentada 10 veces. Usando una escala logarítmica, podemos expresar cómodamente en dB la relación entre las intensidades de niveles de sonido muy diferentes. En cambio, si para cubrir el mismo rango usáramos unidades reales de intensidad, tendríamos que utilizar una escala de 100.000.000.000.000 a 1. (En vez de 140 a 0 en decibeles.)
La audición, la vista, el gusto, el olfato y el tacto son nuestros órganos de los sentidos. Para nosotros, primates, y para las aves la vista es de primordial importancia. En cambio los roedores son animales olfativos: su principal sentido es su prodigioso olfato; según algunos investigadores es superior al nuestro en 300.000 veces. Pero el oído lo compartimos todos. Combinada con el habla nos permite comunicarnos con los demás, intercambiar ideas, opiniones, conocimientos y experiencias. Es además nuestro dispositivo de alarma más sensitivo e importante, estemos despiertos o en sueños. En la actualidad, nuestro medio ambiente contiene muchos y diversos ruidos, los cuales nuestros oídos no están diseñados para soportar o eliminar. En consecuencia, el continuo ruido puede dañar el aparato auditivo a tal extremo que el individuo quede total o parcialmente aislado de su ambiente. Y la sordera es una tragedia humana y un problema legal.
Además, el intenso ruido también puede dañar nuestro sentido de equilibrio cuyo órgano está situado en el oído medio. Eso agrava los problemas aún antes de considerar siquiera la eficacia de los “Ahuyentadores Sónicos de Plagas”, que para conseguir algún efecto superan los 120 dB. Consideremos sus riesgos para las personas y posibles corolarios legales. Son de utilidad dudosa, pero conllevan grandes riesgos, aunque sean inaudibles para las personas.
Efectivamente, con esos aparatos puede lograrse algún ahuyentamiento, pero sólo cuando la potencia del sonido supera los 120 db; así se logra una protección sectorial, efectiva sólo por unos pocos días. El resultado se limita por la formación de ecos sonoros y la rápida pérdida de potencia de los ultrasonidos en el aire. Además, unos días después, las ratas hambrientas hallan senderos y sitios en que los ecos y sombras sonoras neutralizan los ultrasonidos e ingresan igual.
Ni la EPA ni ningún otro organismo técnico gubernamental de los EEUU u otro país logró comprobar el efecto positivo de esos aparatos. Por eso, los ahuyentadores ultrasónicos no son aceptados por las auditorías técnicas del Primer Mundo. Por el contrario, al informarse de su presencia, los auditores buscan descubrir las fallas de exclusión de la planta, única explicación entendible para apelar a un método dudoso, al cual consideran de escaso o nulo efecto perdurable.
Por otra parte, los fabricantes de esos aparatos (y menos sus vendedores...), nunca hablan de los efectos secundarios y los corolarios negativos debidos a su potencia. Es que para lograr un efecto mínimo de ahuyentamiento deben emitir ultrasonidos de más de 120 db, lo que supera en 10.000 veces a la potencia sonora autorizada por las autoridades sanitarias y las normas técnicas de Seguridad e Higiene (80 db o 70 db según la OMS). Dichas pautas no consideran ni la frecuencia del sonido ni su audibilidad para los seres humanos. Las normas se originaron al comprobarse que los sonidos de más de 80 db son dañinos para el hombre, afectando el sentido de la audición y también el del equilibrio, sin tener en cuenta su frecuencia, tonalidad o modulación.
Los problemas reales de salud dependen de la potencia, distancia de la fuente y el tiempo de permanencia de la persona en el área de los ultrasonidos, sean esos audibles o no. Los abogados, especialistas en cuestiones sindicales y laborales, saben que los ultrasonidos pueden causar la hipoacusia. No desconocen que, aunque existan pruebas de valoración de la capacidad auditiva, se puede alegar que la capacidad auditiva disminuyó, determinando el grado de la incapacidad y de las indemnizaciones correspondientes. En esos casos, la presencia de un aparato emisor de ultrasonidos de más de 100 db resulta un estímulo para los reclamos y una evidencia legal
Las lesiones del órgano del equilibrio, igualmente afectado por los ultrasonidos, resultan mucho más graves. El daño real lo demuestra la persona cerrando los ojos: al poco pierde su equilibrio y se cae, lo que determina el porcentaje y el monto indemnizatorio. Hemos sabido de varias epidemias ficticias de “desequilibrados”, que cerraban los ojos y se dejaban caer de una forma determinada. Ya ocurrió con vigiladores nocturnos y operarios de limpieza y mantenimiento. Pero puede involucrar a todos aquellos que tienen que ingresar a los ámbitos “ultrasonorizados”.
El ASESORAMIENTO a los Clientes es una tarea habitual de nuestro Dpto. Técnico Profesional. Además, selecciona los métodos y productos, programa los servicios, entrena al personal operativo y supervisa los trabajos. Finalmente, DOCUMENTA los servicios acorde a las pautas de los entes normativos y auditores del Primer Mundo (EPA, USDA, BEPA, CFIA, AIB, etc.). Ambiental Ecológica sugiere no utilizar los ahuyentadores ultrasónicos.